El post de esta semana lo vamos a dedicar a la comunicación en su sentido más amplio. Todos los días debemos comunicarnos con otras personas, ya sea en el plano profesional o personal. La forma en que adaptamos el mensaje, usamos unos u otros canales o el propio lenguaje son aspectos fundamentales en nuestra vida cotidiana. Sin embargo, la inmediatez, la falta de reflexión o no adecuar el mensaje al contexto, público o situación pueden jugar malas pasadas.

Tenemos claro que si escribimos una nota de prensa, debemos cuidar el lenguaje, la terminología e incluso el formato. Si elaboramos un post en un blog corporativo adaptamos también el contenido a la imagen y mensajes de la compañía. Si preparamos una documentación para clientes, analizamos si lo que decimos se entiende y si aporta valor para quien lo va a recibir.

En definitiva, en ciertos procesos, tenemos claro que hay que adaptar, contextualizar y reflexionar.

El problema surge cuando perdemos la perspectiva. Quizá haya profesionales a los que se les perdone ser más o menos correctos en su comunicación habitual con proveedores, colegas o compañeros. Pero en el caso de los que nos dedicamos a la comunicación, la exigencia debería ser mayor. Menudo ejemplo daríamos, si no cuidáramos nuestra herramienta de trabajo.

Cuando hablamos de los valores que debemos tener los que trabajamos en esto, mencionamos conceptos como la empatía, la honestidad, la facilidad de adaptación, la contextualización o la creatividad. Podríamos añadir la reflexión.

La experiencia en comunicación corporativa nos debería ayudar a comunicar mejor en la vida cotidiana. Al igual que adaptamos mensajes en función del público al que nos dirigimos, al igual que reflexionamos sobre los contenidos y al igual que nos preocupamos mucho de utilizar los canales adecuados en el día a día profesional, debemos actuar de forma similar en otros contextos.